El recuerdo y las heridas. El asesinato de mi abuelo

Otto Granados Roldán

Hay una foto de mi abuela, posiblemente de 1926, que nadie en la familia recuerda dónde pudo haber sido tomada, en la que se observa de pie, seria, casi hierática.

Su rostro no es una cartografía del dolor. Es, en todo caso, de desconcierto y desamparo, como corresponde a una viuda joven que de pronto se queda sola y con cinco hijos, entre ellos mi madre, porque meses antes, el 14 de febrero de 1925, su esposo, Vidal Roldán y Ávila, que en distintos momentos había sido funcionario, diputado, senador y presidente municipal, era asesinado como parte de un enfrentamiento político propio de una era en la que el viejo orden no acababa de morir, el nuevo no acababa de nacer y las disputas por el poder se saldaban con sangre.

Fragmentos ilustrativos

«Hasta muchos años después comprendí que la violencia y el crimen no son necesariamente lo contrario de la política, sino con frecuencia una variante, una modalidad. Así ha ocurrido a lo largo de la historia y así fue en este caso.»

«Disfrutaba una soledad apenas interrumpida por las pláticas de alguien a quien sentía a la vez tan cercano en el cariño y tan lejano en el tiempo, que me producía, por uno de esos misterios de la condición humana, una rara sensación de felicidad: la felicidad del retraimiento, de la clausura.»

«Quienes querían seguir haciendo política, sobre todo en los estados más conservadores, sabían muy bien que tenían que subirse, literalmente, al carro de la Revolución.»

«La inestabilidad había sido lo usual en todo el decenio de los años veinte: según el recuento de varios historiadores, en ese lapso hubo en Aguascalientes 21 gobernadores, con 15 interinatos y dos sustitutos, y 34 presidentes municipales en la capital del estado.»

«Llegado al nosocomio, pidió llamar a su esposa y dictó un telegrama dirigido al presidente Calles, en donde le decía: “Acaban de herirme. Ignoro quien sea. Si acaso muero le encomiendo a mi mujer y mis hijos”.»

«Aproximadamente a las diez horas con quince minutos del día siguiente, el senador falleció, y una hora y treinta y cinco minutos más tarde, el juez penal José N. Orozco y el agente del ministerio público Luis Carrillo dieron fe del deceso. Mi abuelo tenía 38 años.»

«Como en el pueblo las paredes hablan, los murmullos se multiplicaron por todas las cantinas y cafés, pero ya no referidos a la participación de Olvera, sino a las preocupaciones de sus cómplices y del propio gobernador, sobre lo que el agente podría soltar.»

«Los días previos y posteriores al crimen habían sido confusos, entre otras razones, por los rumores que se escuchaban sobre los preparativos del crimen y porque, convenientemente, el gobernador Elizalde se había ausentado de la ciudad esos días y había regresado justo la noche del 14 de febrero, rodeado de unas doscientas personas que lo esperaban en la estación del tren.»

«En aquel México, como le dijo Obregón alguna vez a José Vasconcelos, “si Caín no mata a Abel, Abel mata a Caín”.»