Aquí asaltan

Sergio Zurita

Canciones de rock & roll, una afición antigua por los cómics, una avalancha de juguete, Bruce Springsteen y una instructora de baile son algunos de los objetos y personajes que conforman las viñetas, los relatos, y las estampas a través de los cuales Sergio Zurita se narra a sí mismo, a sus afectos y sus recuerdos. Esta compilación de textos breves, que atraviesa la frontera de la ficción y se interna en la realidad va desde la autobiografía hasta el testimonio, construye un retrato íntimo donde se reúnen los anhelos infantiles, la curiosidad adolescente y la cruda madurez de la vida. A las páginas de Aquí asaltan no les falta el humor negro, la irreverencia y la franqueza que caracterizan a su autor: una lectura que nos permite emprender un viaje a través de varias décadas, recordándonos nuestras propias primeras aventuras. Zurita es un actor, un cronista, un retratista, así lo demuestran estos relatos súbitos. Entre usted: la prosa lo protegerá de los asaltos.

Fragmento ilustrativo

Springsteen despide a Prince

El crítico de rock Touré dice que hay muchas estrellas de rock, pero muy pocos íconos. Dice que los íconos saben lo que necesitas antes de que tú mismo lo sepas.

El pasado 23 de abril estuve en Brooklyn para oír al ícono Bruce Springsteen tocar completo su álbum doble The River de 1980. Cuando se apagaron las luces de sala del Barclays Center, Springsteen salió al escenario, cruzó miradas con todos los integrantes de la E Street Band y luego tocó una bellísima versión de «Purple Rain» de Prince, otro ícono, fallecido dos días antes.

Eso era exactamente lo que ese público necesitaba oír en ese momento. Durante los seis minutos que duró la canción, pude ver mi vida entera en el ojo de mi mente. Pude sentir todo lo que había sentido en 44 años. Dentro de mí se abrió una compuerta en la que Prince se transformó en todos los seres queridos que se me han adelantado en el viaje: en mi amigo José Luis Domínguez, virtuoso guitarrista, fallecido en marzo; en mi abuela, María de Jesús, que murió el 2 de febrero; en el Dr. Mario Zumaya, mi psiquiatra durante treinta años, que se fue en agosto pasado; en mi madre, que dejó este mundo en octubre de 2012; en mi abuelo José, que murió en 1991; en mi abuelo Pablo, que dejó de existir cuando yo era un niño, y en mi abuela Ana, su esposa, que lo alcanzó poco después.

En esencia, «Purple Rain» en una disculpa a alguien que se ama: «Nunca quise causarte ningún problema, nunca quise causarte ningún dolor […] Nunca quise ser tu amante de fin de semana, sólo quise ser una especie de amigo, nunca te robaría de los brazos de otro, es una lástima que nuestra amistad tuviera que acabarse». Cuando Springsteen cantó esa última línea, acerca de la amistad acabándose, todos los que estábamos en el Barclays Center esa noche pudimos aceptarlo: Prince había muerto, eso es tristísimo y no hay nada que hacer al respecto.

Pero Bruce Springsteen no iba a dejarnos así, hundidos en la tristeza. Tenía que cerrar la compuerta que había abierto. La canción continúa así: «Cariño, lo sé, los tiempos están cambiando. Es tiempo de que todos busquemos algo nuevo y eso te incluye a ti también. Dices que quieres un líder, pero tu mente sigue dando vueltas. Mejor ciérrala y permíteme guiarte hacia la lluvia púrpura».

Entonces pensé en todas las personas que me han hecho daño y en todos aquellos que yo he lastimado. Perdoné y pedí perdón. Luego cayó sobre mí la lluvia púrpura y no pude evitar sonreír.